viernes, 26 de noviembre de 2010

Immanuel Kant, el filósofo más importante de la modernidad


Immanuel Kant, considerado por muchos el filósofo más importante de la Modernidad, nació en la ciudad de Königsberg (por entonces la segunda ciudad del reino de Prusia; hoy perteneciente a Rusia con el nombre de Kaliningrado) en 1724. Fue educado en un ambiente luterano. Estudió a los clásicos en su formación inicial, y Física y Matemática en la universidad.

El fallecimiento de su padre lo obligó a trabajar como profesor particular, por lo que demoró unos años en obtener el título de Doctor en Filosofía. Una vez recibido se abocó a la tarea docente en la Universidad de Königsberg. Allí se desempeñó como Profesor de Matemática, Ciencias y Filosofía, pero recién en 1770 fue nombrado Profesor Titular de Lógica y Metafísica. Con la publicación de la Crítica de la razón pura ganó fama rápidamente.

El tono racionalista de sus reflexiones teológicas llevaron al rey Federico Guillermo II de Prusia a prohibirle enseñar o escribir sobre el tema (1794). El filósofo respetó esa orden hasta la muerte del rey. Kant era físicamente débil, pero vivió muchos años gracias a su metódico régimen de vida. (Se dice que sus vecinos ponían los relojes en hora al verlo pasar.) Falleció en su ciudad natal, en 1804, sin haber salido nunca de los límites de su provincia.

Entre sus obras se destacan la Crítica de la razón pura (1781), los Prolegómenos a toda metafísica del futuro (1783), la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres (1785), la Crítica de la razón práctica (1788), la Crítica del juicio (1790) y La Religión dentro de los límites de la mera razón (1793). La lectura de sus obras presenta dificultades por la complejidad de los temas tratados y por los tecnicismos que utiliza el autor.

Kant se formó en el racionalismo de Wolff, pero —según sus propias palabras— despertó de su "sueño dogmático" al leer a Hume. El empirista inglés lo hizo caer en la cuenta de que las afirmaciones y reflexiones de su metafísica racionalista carecían de fundamento sólido.

Conceptos centrales como los de "substancia" y "causalidad" quedaban, luego de la crítica a la que los sometía Hume, reducidos a mera costumbre.

Kant no podía adherir sin más al empirismo pues éste sostenía que fuera de la Lógica y la Matemática (que realizan juicios analíticos, en los que el predicado está implícito en el sujeto —por ejemplo, «El triángulo tiene tres lados»—) era imposible realizar juicios a priori (independientes de la experiencia) necesarios y de validez universal.

De este modo negaba la posibilidad de lograr nuevos conocimientos, ya que los juicios analíticos no amplían el saber sino simplemente explicitan lo ya sabido. Los juicios sintéticos (por ejemplo, «La mesa es azul») —según Hume— sólo son posibles a posteriori y, si bien nos permiten adquirir nuevo conocimiento, el conocimiento que nos brindan no tiene validez universal.

Con la mirada puesta en la física newtoniana, Kant afirmaba que, además de los juicios analíticos a priori y de los juicios sintéticos a posteriori, también eran posibles los juicios sintéticos a priori. Justamente la Ciencia, cuyo ideal es ampliar nuestros conocimientos, busca juicios sintéticos universales y necesarios. Kant no se preguntaba si semejante pretensión estaba justificada porque Newton ya había demostrado que sí. Lo que hizo fue indagar en las "condiciones de posibilidad" de dichos juicios.

Kant superó el racionalismo y el empirismo enfocando desde otro punto la cuestión del conocimiento. A este cambio se lo llama "giro copernicano" o "revolución copernicana". Así como Copérnico revolucionó la Astronomía al sostener que no era la Tierra el centro alrededor del cual giraban los cuerpos celestes sino que era el Sol el astro alrededor del cual giraban la Tierra y todos los planetas del sistema solar, al estudiar la relación objeto-sujeto, que se encuentra a la base del problema gnoseológico, a diferencia de sus predecesores, Kant puso en el centro al sujeto.

Él sostenía que los filósofos anteriores (racionalistas y empiristas) habían puesto el acento en el objeto de conocimiento: discutían sobre qué conocemos. Unos afirmaban que conocemos ideas por medio de la razón y otros fenómenos a través de los sentidos; pero ambos coincidían en que conocer es reproducir las cosas de un modo pasivo, receptivo, dejándose impresionar por ellas. Kant decía que el centro del problema no era qué conocemos (pregunta por el objeto) sino cómo conocemos (pregunta por el sujeto). Según Kant, el sujeto no encuentra el objeto de conocimiento sino que lo construye, es un "sujeto activo".

El conocimiento requiere de la presencia de dos factores: por un lado, la razón (forma) independiente de la experiencia, la cual posee las formas y categorías a priori que son condición de posibilidad del conocimiento y sin las cuales las meras impresiones serían "ciegas"; por otro lado, las impresiones (materia), sin las cuales las formas y categorías de la razón permanecerían "vacías".

La razón está constituida por las "formas a priori de la sensibilidad" (espacio y tiempo), las "categorías del entendimiento" —relativas a la cantidad (unidad, pluralidad y totalidad), a la cualidad (realidad, negación y limitación), a la relación (substancia/accidente, causa/efecto y reciprocidad) y a la modalidad (posibilidad, existencia y necesidad)— y las "ideas de la razón pura" (alma, mundo y Dios).

El espacio, el tiempo, la causalidad, y la substancia, no son propiedades de las cosas tal como son en sí mismas, con independencia del sujeto que las conoce. Por el contrario, es el propio sujeto el que dota al objeto de estas formas que él posee a priori, con independencia de la experiencia y como condición de posibilidad de toda experiencia. Por lo tanto, el objeto de conocimiento no es el noúmeno (la cosa en sí misma) sino el fenómeno, que construye el sujeto a partir del "caos de sensaciones" (o "rapsodia de impresiones") que le aporta la experiencia, ordenándolo según sus formas y categorías a priori.

Kant concedía a los empiristas que todo conocimiento comienza con la experiencia. Sin el aporte de la experiencia, las formas de la razón permanecerían vacías. Pero agregaba que no todo el conocimiento proviene de la experiencia, ya que sin lo que el sujeto aporta —y que posee con independencia de toda experiencia— el conocimiento no sería posible. De este modo marcaba también límite dentro del cual el conocimiento es posible: no cabe preguntarse por las cosas mismas. (Por esto algunos dicen que con Kant terminó la Metafísica.)

Las ideas de la razón pura (Dios, alma y mundo) permanecen vacías, porque no tenemos impresiones que las doten de contenido. De todos modos, se debe aclarar que Kant no presenta a estas ideas como carentes de sentido o caprichosas. La razón, por su propia naturaleza, tiende a realizar síntesis cada vez más abarcativas y en esta tendencia va más allá de lo que la experiencia nos da, y de lo que puede llegar a darnos, e intenta construir la síntesis última: las ideas de alma (síntesis de todos los actos del sujeto), mundo (síntesis de todos los fenómenos) y Dios (síntesis de todos los objetos del pensamiento).

Al tratar la "razón práctica" (la razón que determina la acción del hombre), Kant también defiendía la autonomía del sujeto. Él sostenía que la conciencia moral es el reino de lo que debe ser, en oposición a la Naturaleza, que es el reino del ser. "Las leyes son, o leyes de la Naturaleza (leyes por las cuales todo sucede), o leyes de la libertad (leyes según las cuales todo debe suceder).

La ciencia de las primeras se llama 'Física'; la de las segundas, 'Ética'." Mientras en la Naturaleza impera la necesidad, la causalidad, en la conciencia moral encontramos un imperativo categórico que manda a un sujeto libre, que puede o no obedecer. El imperativo es "categórico" («Debes trabajar») y no "hipotético" («Si quieres sentirte útil, tienes que trabajar»), porque este último depende de una circunstancia (que yo quiera o no sentirme útil). El imperativo moral manda más allá de cualquier circunstancia o situación concreta.

Como el hombre no es sólo racional sino también sensible, al actuar no se halla sólo bajo el dominio de la razón sino también del de las inclinaciones. Por eso al hombre el buen obrar se le presenta como un deber, una obligación, una exigencia muchas veces opuesta a sus inclinaciones. Y justamente en la medida en que el hombre actúa por deber, su obrar es moralmente bueno. Porque el valor moral de una acción no depende de lo que se pretenda lograr con ella sino del principio o "máxima" por el cual se la realiza.

Kant formuló el imperativo categórico de diversas maneras (no opuestas, sino complementarias). De ellas cabe destacar dos: «No obres nunca sino de manera que puedas querer que la máxima que rige tu obrar se transforme en ley universal.» (No busques privilegios, ley privada, ni excepciones. Piensa qué pasaría si todos obrasen del mismo modo. No hagas lo que no te gustaría que otros hicieran.) «Obra de tal modo que uses a la humanidad —tanto en tu propia persona como en la persona de cualquier otro— siempre como un fin, nunca como un medio.»

En cuanto a la posibilidad del bien supremo (moralidad + felicidad), Kant afirma que es necesario postular la inmortalidad del alma y la existencia de Dios. Porque "no hay el menor fundamento para establecer una conexión entre la moralidad y la felicidad […]. Sin embargo, en el problema práctico de la razón pura, es decir, en el trabajo enderezado hacia el supremo bien, se postula esa conexión como necesaria: debemos tratar de fomentar el supremo bien (que, por tanto, tiene que ser posible). Por consiguiente, se postula también la existencia de una causa de la Naturaleza toda, distinta de la Naturaleza y que encierra el fundamento de esa conexión, esto es, de la exacta concordancia entre la felicidad y la moralidad".

Dios, incognoscible para la razón pura teórica, aparece ahora como un postulado de la razón práctica necesario para afirmar la posibilidad del sumo bien. Kant no ignora que no siempre quien obra bien es feliz. Por eso, para poder afirmar que, en definitiva y más allá de las circunstancias, quien obre moralmente será feliz y quien no lo haga no, necesita postular tanto la inmortalidad del alma como la existencia de un Dios justo. En la vida posterior a la muerte será Dios quien garantice esa conexión.

Asiganatura: CRF

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